sábado, 22 de septiembre de 2012

LA GRAN ENCRUCIJADA


Hemos llegado al final de la contienda electoral, la más trascendente de la historia contemporánea de Venezuela. Sin maniqueísmos, si el 7 de octubre próximo –fraudulentamente o no- se confirmara en el poder al actual gobernante, se afianzaría un régimen despótico, en el cual todos los poderes están subordinados a una persona, sin control político alguno; donde el presidente se proyectaría en el poder por 20 años, el lapso más prolongado después de la dictadura de Juan Vicente Gómez, pues Pérez Jiménez solo ejerció el poder en forma unipersonal durante 5 años, nueve sumando la etapa de la Junta de Gobierno. Un régimen que ha tomado el poder por asalto, como un botín que ha enriquecido al entorno del Jefe de Estado y del partido de gobierno, ha dilapidado fortunas que no volverán, y ha sido pródigo en regalos a otras naciones en búsqueda de solidaridades, o en apoyo a proyectos políticos afines; donde el culto a la personalidad, la adulación, y la megalomanía han llegado a límites extremos; donde la mayoría de los medios de comunicación están en manos del oficialismo, para imponer una hegemonía informativa o la autocensura; donde no existen adversarios sino enemigos políticos que hay que aplastar; donde la inseguridad está fuera de control y tiene al país en un estado de paranoia colectiva que fuerza a muchos a emigrar por pura supervivencia; donde el régimen carcelario viola los más elementales derechos humanos; donde la mentira se constituye en política de Estado; una nación que en lugar de estar a la vanguardia del desarrollo regional ocupa los últimos lugares en los índices mundiales de competitividad, de libertades económicas, y de transparencia; donde los venezolanos viven una diáspora migratoria, que se potenciaría si Chávez permanece en el poder, agravando la peor de las descapitalizaciones de una nación: la del talento humano; donde el régimen ha entregado la soberanía en manos de Cuba en sectores vitales, estratégicos, como nunca antes en la historia; donde la democracia es vista solo bajo el cuestionable barniz de procesos electorales opacos, y no de la legitimidad en el ejercicio del poder bajo el imperio del Estado de Derecho; donde día a día se deteriora más la infraestructura, no hay inversión, se ha destruido el tejido productivo público y privado y se cercena el derecho a la propiedad; donde avanza la ideologización castro-comunista, desde los centros de educación pública hasta los cadetes de la Escuela Militar; donde la Fuerza Armada han mutado, de una institución profesional, con prohibición constitucional de estar al servicio de un persona o parcialidad política, a un partido político armado que responde al ignominioso lema de “revolucionaria, bolivariana, socialista y chavista”; donde las instituciones nacionales han sido sustituidas por estructuras político-caudillistas, incluyendo a PDVSA, la Fuerza Armada, el sistema judicial, las misiones; donde el militarismo ha impulsado una injustificada carrera armamentista, en un país lleno de necesidades insatisfechas, que lo que quiere es la paz, y no la preparación para ninguna guerra; donde ocurren continuos accidentes en instalaciones petroleras vitales, por incapacidad y politización en la PDVSA “revolucionaria” o por imperdonable falta de inversión y de capacidad de gestión; donde la política internacional del país se convirtió en tema ideológico del gobernante, y no de los intereses permanentes y de largo plazo de la República; donde la masiva importación de bienes de primera necesidad configuran una economía de puertos, amén de registrar la inflación más alta de América Latina y una de las mayores del mundo; un país donde no han bastado los cuantiosos recursos provistos por la pródiga naturaleza, sino que se le ha endeudado más, multiplicando por seis la deuda total a lo largo de los 14 años de gobierno, hasta niveles superiores a los US$ 200 millardos, y como si fuera poco, hipotecando al país con ventas de petróleo a futuro a China, pues la caja no le basta a un modelo voraz en recursos e ineficiente en su administración; donde se siembran antivalores desde el más alto nivel, entre ellos la impunidad ante la corrupción de los militantes del chavismo, y la exaltación al abuso de poder o a las violaciones constitucionales, desde el General Acosta Carlés a Rangel Silva, pasando por los pistoleros de Puente Llaguno. La lista luce inagotable, pero han sido catorce años de un profundo deterioro, de resquebrajamiento de valores, del orgullo de la venezolanidad, y de atraso en todos los órdenes de la vida nacional.

En el otro punto, pese a las asimetrías y los mecanismos ventajistas denunciados por tantos analistas, la candidatura de la unidad democrática que encabeza Henrique Capriles ha emergido con inusitado vigor, moviendo fibras dormidas en el corazón de muchos venezolanos, dado el peso de la bota autoritaria, tan bien reflejada por Weil, ese agudo caricaturista nacional. Así, pese a los chorros de dinero que han fluido en la campaña oficialista, todo el que proporciona el poder del Estado, y la sucia campaña desatada contra el candidato de la unidad, éste ha sorprendido a los más incrédulos, entre ellos en los inicios a quien esto escribe, con una campaña dinámica, comprometida, en que ha entregado todo lo que podía de sí, para presentar una opción de salvamento y de cambio democrático, a una nación que merece un destino mejor. Hemos presenciado nuevas promesas después de 14 años de fracasos e incumplimientos, la compra de “saltos de talanquera”, algunos de ellos denigrantes, o encuestas manipuladas o forjadas, pero ello no ha hecho mella en una tendencia creciente del candidato de la unidad en las mediciones reales de opinión, entre ellas las impresionantes concentraciones populares en todo el país, pueblo por pueblo, que muestran que el mensaje ha calado en todos los estratos, y que el triunfo está en sus manos, para reconstruir al país, y colocarlo en la senda del progreso, de la paz y del entendimiento civilizado y fraterno, en lugar de las amenazas de represión, de guerra y la lucha de clases del candidato-presidente. Capriles ha superado pues las expectativas, convirtiéndose en un fenómeno político, al manejar con acierto un nítido contraste de visiones, sin insultos, denuestos, ni la degradación moral a que somete al país el régimen gobernante en forma permanente.

Estas reflexiones de bloguero, mi espacio personal de desahogo, no suponen activismo en favor del candidato de la unidad, pues conozco a los mal intencionados. Pero sí afirmo, que su candidatura es la de todos los venezolanos de bien que anhelan un país fraterno, libre, inclusivo, con un futuro de paz, de progreso, y de atención a las necesidades vitales de la nación como un todo. Que el 8 de octubre signifique el alba de un nuevo amanecer, de esperanzas para quienes sufren, y para tantos que han sido expelidos del país en esta dura etapa de la historia. Ello sin olvidar que no estamos ad portas de la sustitución de un régimen democrático por otro, sino de una dictadura que se aferra sin escrúpulos al poder, y que amenaza con celadas represivas o desestabilizadoras para impedir el inevitable cambio. Pero el autócrata saldrá esta vez por la vía del voto. Cualquier intento de violencia o desconocimiento de la voluntad popular, será rechazado por el pueblo y por el mundo. Que Dios bendiga e ilumine a Venezuela en este trance vital de su historia.



"Para la verdad, el tiempo; para la justicia Dios"