La destrucción
progresiva y continuada de una nación privilegiada como Venezuela en estos 16
años de régimen chavista, no tiene parangón histórico. Muchos países han atravesado
por crisis coyunturales que han podido sortear con políticas adecuadas,
excepción hecha de otro caso emblemático en América Latina: el de Argentina,
país también privilegiado que gracias al populismo no logra salir de las crisis
económicas recurrentes, pero que cuenta al menos con instituciones relativamente
independientes, con posibilidades de mejora si se diera en 2015 un
cambio en la orientación política. Aún en el caso de países como Bolivia,
Ecuador o Nicaragua, regidos por modelos autocráticos y principios del
Socialismo del Siglo XXI, el manejo de la política económica ha sido más
realista y pragmática, con resultados distintos a los del inmenso fracaso
venezolano, originado en el dogmatismo e incompetencia castrochavista, caso digno
de documentar para el estudio académico y político en la posteridad.
En otras
latitudes, países como China y Vietnam han optado por modelos capitalistas en
lo económico y un sistema político unipartidista, que les ha permitido alcanzar
niveles sorprendentes de progreso, hasta el punto de que China sería a la
vuelta de un año la primera potencia económica del mundo. Ello no habría sido
imaginable bajo la cerrazón y pobreza que caracterizaron al gobierno de Mao, hasta
el visionario golpe de timón de Den Xiaoping en 1978. Es también admirable el
caso de las economías ex socialistas de Europa Central y Oriental, las cuales
dieron un viraje hacia la democracia y la economía de mercado, hasta el punto
de que en su gran mayoría hacen hoy parte de la Unión Europea de los 28,
exhibiendo una transición exitosa. Hace poco hice un recorrido por
Eslovaquia, Hungría, la República Checa, la ex Alemania Oriental, Berlín
reunificada y Moscú, pudiendo apreciar cómo después de décadas de sistema
comunista, hoy son naciones que ven distante esa experiencia, símbolo de la negación
extrema de la dignidad humana y del régimen de libertades, ello aunque en el
caso de Rusia prevalece un gobierno autocrático, con vocación imperial no
desterrada, pero dentro de un modelo de economía de mercado que facilita el
logro de sus objetivos de desarrollo económico y social.
El caso del
régimen gobernante en Venezuela es inexplicable, pues ve de reojo esas
experiencias, para adentrarse en las arenas movedizas de un trasnochado
revanchismo, y de un exacerbado estatismo que ha fracasado en todas las
naciones que han transitado por el comunismo ahogando a la iniciativa privada, factor
indispensable para el desarrollo de una nación, sin que el Estado sea capaz de sustituirla.
En una entrega anterior en este Blog analizamos las principales razones que
determinan que la economía venezolana esté en el abismo, y lo difícil que
resultará sacarla adelante, no obstante las cuantiosas reservas disponibles de recursos
naturales no renovables. Por desgracia para el país, a lo largo de estos 16
años se han dilapidado unos US$ 1,5 billones que no volverán, de los cuales no
quedan sino la destrucción del aparato productivo, el deterioro de la calidad
de vida, de la infraestructura, de la institucionalidad, y distorsiones
macroeconómicas y actitudinales en la población de una profundidad tal, que
costará sudor y sangre superar a las generaciones venideras. Esa es la hazaña
histórica lograda y cacareada por el régimen.
Las cifras no
mienten respecto de la profundización de la crisis, entre ellas la aguda caída de las
reservas internacionales, las cuales se encuentran en el orden de los US$
19 millardos, con reservas líquidas que cubren apenas una semana de importaciones. La reducción
de los precios petroleros ampliará el hueco fiscal, pese a lo que con ligereza
anuncian voceros del gobierno, pues si con precios cercanos a 100 dólares por
barril el déficit del sector público era del 15% del PIB, con el petróleo a $80,
la merma de ingresos por exportaciones podría llegar a US$ 20 millardos. Como
si fuera poco, el Banco Central de Venezuela financia en forma creciente a
PDVSA, es decir intensifica emisiones inorgánicas, combustible ideal para el
fuego inflacionario que devora a la nación. Aunque hasta ahora se ha honrado la
deuda externa, pues un “default” sería catastrófico, no es menos cierto que el
gobierno ha colocado al país en una mora comercial del orden de US$ 12 millardos.
Solo a las líneas aéreas se les debe US$ 4 millardos, además de la los
compromisos con proveedores de materias primas, alimentos, medicinas, material
hospitalario, transporte y bienes de capital. El gobierno declara con orgullo que
seguirá apretando las tuercas del otorgamiento de divisas, con lo cual ya no
solo sufren viajeros, jubilados, gente de negocios o estudiantes, sino que se
acentúa el crítico nivel de desabastecimiento prevaleciente en todos los bienes
de primera necesidad.
Lo grave es
que no hay visos de adopción de medidas que ataquen estructuralmente dichos males.
Así, después de tanta expectativa por un anunciado “revolcón” en política económica,
nada ocurrió. El mercado cambiario sigue cerrado y distorsionado por una nefasta
política de cambios múltiples con inmensas brechas, a raíz de lo cual hasta las
Navidades auguran ser grises, como tengo el recuerdo en mis años mozos de un
triste diciembre en la Praga comunista de los años 60, ciudad convertida hoy en
la París del Este. El subsidio a la gasolina es irracional e incosteable, por
unos US$ 12 millardos por año, sin que el gobierno se atreva a corregirlo
gradualmente, porque le teme, y porque Maduro no ejerce el poder pleno, sino
que lo comparte con varios grupos, entre ellos el todopoderoso Diosdado
Cabello, el Ministro del Interior Rodríguez Torres, el Ministro Ramírez, la
oligarquía militar, y hasta los colectivos.
Por ello, el
país está sumido en un círculo perverso, del cual podría salir reduciendo el
gasto público, y los cuantiosos recursos que destina a la ayuda petrolera
externa con fines políticos; aproximando los tipos de cambio y flexibilizando
el mercado; reduciendo los subsidios al mercado interno de combustibles, para al
menos cubrir costos; y reactivando el aparato productivo nacional para depender
menos de las importaciones, sin estatismos y exacerbados controles.
En lo
político-social, la gangrena institucional hunde al país, dado el propósito
inmodificable del régimen de colocarse al margen del Estado de Derecho en aras
de una revolución que se antepone al orden constitucional y ante la implacable persecución
a la disidencia, desconociendo los pronunciamientos de los organismos
internacionales y de Derechos Humanos. Además, profundiza fracturas y siembra
antivalores en la población, entre ellos
mediante la tolerancia con los grupos irregulares conocidos como “colectivos”, que
no son otra cosa que un paramilitarismo que ha corroído el papel de la Fuerza
Armada y de los cuerpos de seguridad, cobrando una nueva víctima en el horrendo
crimen del Diputado Serra, líder político de dichos colectivos. No hay que
seguir endilgando culpas de la descomposición nacional a la extrema derecha, ni
al “imperio” ni a Uribe, y aunque el gobierno afiance la hegemonía informativa para
ocultar su fracaso, es hora de que trabaje en resolver los problemas del día a
día de los venezolanos, atender su desesperanza, detener la anarquía, y
frenar el incomensurable costo del éxodo de venezolanos al exterior.
Hace poco
escuché al Presidente de la Asamblea Nacional Diosdado Cabello en uno de sus programas
radiales, y sentí pesar al ver cómo un hombre con tanta responsabilidad e
influencia, optó por un camino de radicalismo extremo, de continuas amenazas
contra estudiantes y disidentes, y anuncia que el próximo CNE será de ellos,
electo por el TSJ y no por la Asamblea Nacional. Difícil pensar así en un
diálogo entre las fuerzas en pugna en el país, pues no hay talante democrático en
la conducta de un régimen que solo admite la paz basada en rendición. La oposición
debe saber que si no hay árbitro ni reglas electorales equitativas, no hay
posibilidad alguna de que en futuros comicios ocurra otra cosa que la
continuación de descarados fraudes electorales para asegurar la perpetuación del régimen
en el poder.
Para la verdad, el tiempo; para la justicia Dios"