Produce perplejidad
y vergüenza, por decir lo menos, que a raíz de la crisis política ocurrida en
Paraguay, que condujo a la destitución parlamentaria del Presidente Fernando Lugo,
se haya suspendido a un país fundador del Mercosur, y que un momento como ese, sea
aprovechado para remover subrepticiamente el único obstáculo remanente para el
perfeccionamiento de la incorporación de Venezuela a dicho esquema: la negativa
del Congreso paraguayo a aprobar dicha adhesión, en razón del no cumplimiento por
parte de Venezuela de uno los requisitos de ingreso, consagrado en el Protocolo
de Ushuaia sobre Compromiso Democrático.
El caso
evidencia la doble moral e hipocresía con la cual actúan algunos gobiernos “progresistas”
en la región. Cuando se trata de un gobierno de izquierda todo es válido, pero
se aplica un rasero diferente a gobernantes no afines con esa ideología. Así, a
manera de ejemplo, han fluido con facilidad en el pasado categóricas posturas en
favor de Zelaya en Honduras, o ahora de Lugo en Paraguay, pero nada se dijo cuando
en Nicaragua fue reelecto inconstitucionalmente el sátrapa Daniel Ortega, o
cuando se destituyó a los Presidentes Carlos Andrés Pérez en Venezuela, a Sánchez de Lozada en Bolivia y Lucio
Gutiérrez en Ecuador, o ante el régimen castrista aferrado al poder en Cuba en forma
totalitaria por más de medio siglo, o cuando en Venezuela la figura de la
democracia ha sido mediatizada por un régimen autocrático, que conculcó la independencia
de los demás poderes y limita los derechos de los venezolanos, por encima de
las normas constitucionales que el propio régimen se dio en 1999, y que descansa
en un sistema electoral ventajista, orientado a perpetuarse en el poder a
cualquier costo. O cuando en Ecuador se restringe la libertad de prensa, se
asfixia a los medios escritos, o se cierran decenas de emisoras de radio sin miramientos.
La Carta Democrática
Interamericana suscrita en 2001 en el marco de la OEA ha quedado abolida “de
facto” en pocos años por la “realpolitik”, vale decir por una política exterior
regional basada en intereses ideológicos o económicos, y no en la ética, los
valores democráticos y el bien de los pueblos. Así se ha reflejado en los nuevos
textos adoptados en el marco de la Unasur, donde el énfasis ha quedado puesto precariamente
en el origen electoral de los gobiernos, y no en los aspectos vitales de su
desempeño democrático. Vale por ello recordar, pues la memoria es frágil, tan
solo los artículos 3, 4 y 7 de la Carta Democrática Interamericana aún vigente
pero ignorada, los cuales rezan así:
“Artículo 3: Son elementos
esenciales de la democracia representativa, entre otros, el respeto a los
derechos humanos y las libertades fundamentales; el acceso al poder y su
ejercicio con sujeción al estado de derecho; la celebración de elecciones
periódicas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como
expresión de la soberanía del pueblo; el régimen plural de partidos y
organizaciones políticas; y la separación e independencia de los poderes
públicos”.
“Artículo 4: Son componentes fundamentales
del ejercicio de la democracia la transparencia de las actividades
gubernamentales, la probidad, la responsabilidad de los gobiernos en la gestión
pública, el respeto por los derechos sociales y la libertad de expresión y de
prensa. La subordinación constitucional de todas las instituciones del Estado a
la autoridad civil legalmente constituida y el respeto al estado de derecho de
todas las entidades y sectores de la sociedad son igualmente fundamentales para
la democracia.
“Artículo
7: La democracia es indispensable para el ejercicio efectivo de las libertades
fundamentales y los derechos humanos, en su carácter universal, indivisible e
interdependiente, consagrados en las respectivas constituciones de los Estados
y en los instrumentos interamericanos e internacionales de derechos humanos.
Por su
parte, el Protocolo de Ushuaia de 1998, que es parte de la estructura jurídica
del Mercosur y del Tratado de Asunción, extendido a Bolivia y Chile, establece
en su artículo 1º que: “La plena vigencia de las instituciones democráticas es
condición esencial para el desarrollo de los procesos de integración entre los
Estados Partes del presente Protocolo”, agregando en el artículo 4º que: “En
caso de ruptura del orden democrático en un Estado Parte del presente
Protocolo, los demás Estados Partes promoverán las consultas pertinentes entre
sí y con el Estado afectado”.
En ese
orden de ideas, corresponde dilucidar si en Paraguay hubo o no una ruptura del
orden constitucional, cuando se cumplieron las normas para un juicio al Presidente
de la República, y aun en el supuesto de que no se haya garantizado la legítima
defensa al Presidente Lugo, igual argumento sería válido para que, antes de la
suspensión de Paraguay del Mercosur, se le hubiere otorgado el derecho a la
defensa, conforme al artículo 4º antes citado. Pero ocurrió que la suspensión decidida
por los presidentes del Mercosur se hizo sin ninguna oportunidad al nuevo gobierno
paraguayo para presentar sus descargos. Aún así, la medida acordada no supone la expulsión
de Paraguay del Mercosur, pues el propio Protocolo de Ushuaia establece en el
artículo 7, que las medidas cesarán automáticamente para el país sancionado
cuando ocurra el pleno restablecimiento del orden democrático, vale decir que Paraguay
no perdió su condición de país miembro.
Mal puede
entonces en forma antijurídica anular el derecho de veto de un país miembro respecto
a la adhesión de un nuevo socio en el Mercosur, más si el fundamento del Congreso
paraguayo había sido que el gobierno de Venezuela no garantiza la plena
vigencia de las instituciones democráticas. Imponer la admisión de Venezuela se
constituye en consecuencia en un acto arbitrario, carente de ética y solidaridad
con uno de sus fundadores. Pese a las dudas jurídicas planteadas por el
Canciller del Uruguay y por miembros del parlamento de ese país, es posible que
además de la acordada suspensión, el 30 de julio próximo se imponga el peso de
la voluntad de los países mayores, Argentina y Brasil, para incorporar a
Venezuela al Mercosur, con la anuencia final del Presidente Mujica, en otra manifestación
histórica hostil de la “triple alianza” contra Paraguay, el país económicamente
más débil de dicho proceso de integración.
Del lado
venezolano, hay que considerar que el sistema económico que se implanta en
Venezuela bajo el lema del Socialismo del Siglo XXI, no es precisamente un
modelo de economía de mercado y de libre juego de los agentes económicos
privados, por lo cual los objetivos de la unión aduanera que persigue el
Mercosur pueden verse afectados, en especial por la progresiva estatización del
comercio exterior venezolano y la imposición de rigurosas restricciones
cambiarias, que se convierten en barreras no arancelarias al comercio. De allí
que pese a la capacidad de importación venezolana, estimulada por la
destrucción del aparato productivo interno, las reglas no resultarán de fácil
asimilación para los demás socios, aunque hayan sido beneficiados por el
régimen gobernante en Venezuela con jugosos contratos e importaciones en los
últimos años. Y como si fuera poco, el Mercosur que vive una inocultable crisis,
puede complicarse con una mayor politización e incumplimientos de compromisos
por parte del gobierno de Hugo Chávez.
En lo
personal, siempre defendí desde Venezuela que la vinculación con el Mercosur
debía hacerse de la mano de los países andinos, como finalmente se definió en ACE
No. 59 de ALADI. Pero adoptada la antihistórica decisión del gobierno de Hugo
Chávez en 2006 de retirar a Venezuela de la CAN, prevaleció la motivación principalmente
ideológica de vincular al país como miembro del Mercosur, aún a sabiendas de
que existen profundas asimetrías económicas, principalmente con el Brasil, y
que el debilitamiento de la economía venezolana convierte a Venezuela solo en
un buen mercado, con pocas posibilidades de exportación hacia el sur, ya que ni
siquiera el petróleo tiene buenas perspectivas, en la medida en que Brasil se
ha convertido en un importante productor de hidrocarburos. Pero lo que es más
grave es que, superados los obstáculos que el Congreso brasileño había colocado
a la incorporación de Venezuela al esquema de integración del sur, con las mismas
razones paraguayas, merced a la presión ejercida durante cuatro años por el
Presidente Lula, Venezuela vaya a terminar ingresando a dicho esquema, por encima de la resistencia paraguaya, mediante
un subterfugio jurídico impresentable. Ello no conferirá al país el legítimo título
de un miembro admitido conforme al Tratado, por la totalidad de sus Partes contratantes.
Confiemos en
que el gobierno uruguayo medite las consecuencias jurídico-institucionales y de
solidaridad con uno de sus socios, antes de adoptar la decisión definitiva. Y que considere
que la cláusula democrática del Mercosur es el último recurso que queda para
que el régimen venezolano, que llegó en 1998 por la vía electoral para demoler
la democracia desde adentro, sepa que sus ejecutorias tienen consecuencias en
el ámbito regional, tan mediatizado por esa “realpolitik” cómplice de
atrocidades políticas, y meliflua en sus orientaciones. Debe además tomarse en
cuenta con dignidad, que la decisión del Canciller Maduro de reunirse en Paraguay
con el alto mando militar de ese país con fines políticos, constituye una
inaceptable injerencia en los asuntos internos de una nación hermana que merece
respeto, con la misma fuerza con que se le exige a las demás naciones del mundo.
"Para la verdad, el tiempo; para la justicia Dios"
Simplemente... claro y al punto
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