lunes, 7 de octubre de 2013

A MI MADRE, A LOS CIEN AÑOS DE SU NACIMIENTO


Se cumplen hoy, 8 de octubre de 2013, cien años del nacimiento de mi amada madre Elena Estanga de Carmona. Nacida en Ciudad Bolívar (Angostura), de la unión conyugal de Hortensia Sigurani y Celestino Estanga, una familia corta de antepasados foráneos, como tantas familias que llegaron a Guayana atraídas por el potencial que esa rica región ofrecía a fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, en esa Venezuela entonces llamada “Tierra de Gracia”.

El apellido materno de mi madre, Sigurani, era de origen corso, y el del lado paterno Estanga, una castellanización del francés Estaing, sin árboles genealógicos ni heráldicas, pues era gente de trabajo, y como tantos venezolanos, producto del gran crisol que fue de razas y culturas.

Después del derrocamiento del Presidente Cipriano Castro en 1908, mi abuelo debió realizar un viaje de Ciudad Bolívar a Caracas, a cuyo efecto abordó el barco que surcaba el río Orinoco, principal medio de comunicación existente, con una escala en Puerto España, Trinidad, para continuar al día siguiente hacia el puerto de La Guaira. En las horas de escala en la capital trinitaria, mi joven abuelo, de 28 años de edad, decidió visitar al ex Presidente Castro, a quien había conocido en una visita que este hiciera a Ciudad Bolívar, lo cual fue de inmediato reportado telegráficamente a Caracas por los esbirros de Juan Vicente Gómez. Al desembarcar en La Guaira, mi pobre abuelo fue detenido y trasladado a la tenebrosa cárcel gomecista de La Rotunda en Caracas, donde sufrió privaciones y torturas, hasta ser vilmente asesinado.

Refiere la edición No. 101-106 del Boletín del Archivo Histórico de Miraflores, publicado por el Ministerio de la Secretaría de la Presidencia de la República de Venezuela, que el joven Celestino Estanga murió envenenado en el Calabozo No. 15 de La Rotunda el día 17 de marzo de 1917, cuando mi madre tenía tan solo tres añitos de edad.

Relata Miguel Delgado Chalbaud, compañero de calabozo del abuelo, en carta dirigida a mi madre tras la muerte de Gómez, fechada el 20 de junio de 1936, lo siguiente:

“Efectivamente, yo fui el compañero que ayudó a su papá hasta el momento en que murió. Yo fui quien en 1923 cuando llegué a Ciudad Bolívar, entregué a su abuelita la cuchara de plata que mi buen amigo Celestino me confió para usted, su hijita adorada, a quien siempre recordaba el pobre cada día.

Deseaba ponerme en contacto con usted, porque quiero cumplirle a mi buen amigo muerto, la promesa que le hice de velar por usted, y ayudarla a hacer su reclamo contra el asesino que la privó a usted de su padre……Mis abogados introducirán su demanda contra los herederos de Gómez, para reclamarles el pago del daño que le hicieron a Ud. privándola de su padre y el que le hicieron Gómez y sus secuaces llevándolo injustamente a la cárcel”.

Empezó así una dura etapa para mi noble madre. Al conocer mi abuela Hortensia la trágica noticia, en la primavera de su vida, entró en un profundo estado de depresión que la condujo a la muerte. Mamá quedó así, como indefensa infante en la orfandad, al cuidado de su abuela y de las tías Cecilia y Elba.

Fue una niñez de irremplazables vacíos afectivos, que superó gracias a su inmensa fortaleza. De adolescente se trasladó a Caracas, donde comenzó a laborar en el diario El Impulso, fundado por mi abuelo Don Federico Carmona Álvarez, el cual operó durante varios años con ediciones simultáneas en Barquisimeto y Caracas. Allí conoció a mi padre, Roberto Carmona Figueroa, con quien contrajo nupcias en la capital de la República el 11 de noviembre de 1931. Más tarde decidieron trasladarse a Barquisimeto, tierra de origen secular de las familias Carmona, Figueroa y Álvarez, aunque más específicamente del Distrito Torres: Carora y Río Tocuyo.

De su inmenso amor procrearon varios hijos: Pedro Francisco el mayor, nacido en 1933, fallecido en un accidente automovilístico, a pocos días de cumplir sus 4 años, Norma Elena, América, María Luisa, yo Pedro Francisco como mi hermano mayor y varios antepasados, y Carmen Alicia la menor. Mi madre tuvo dos pérdidas que llegaron a ser bautizados: Juan Bautista (1937) y Aurita (Aura Rosa, 1945), y el menor, Abelardo Antonio, nacido el 14 de enero de 1949, murió en marzo de 1950 de una meningitis viral. De la pérdida de esos amados hijitos jamás se recuperaron mis padres, y muy en especial de mi homónimo, Pedro Francisco, a quien no conocí, pero que al decir de mis padres era un adorable angelito que se hacía querer de todo el mundo.

Al regresar a Barquisimeto, mi padre laboró un tiempo en el periódico familiar El Impulso, pero luego decidió fundar su propio negocio, la Tipografía El Impulso, que posteriormente rebautizó como Tipografía Carmona, la cual llegó a ser, aunque mediana, la más importante de ese pueblo grande que era la pacífica y musical capital larense a mediados del siglo pasado.

Mamá fue insigne esposa, inmejorable madre, y de una tenacidad indoblegable, en especial en la educación de sus hijos, haciendo buen complemento al temperamento apacible y de santidad de papá, para quien constituyó el apoyo fundamental de su vida. La familia creció en un ambiente de clase media, con la sobriedad propia de la Venezuela de la postguerra. Recuerdo a mamá acompañando laboralmente a papá, sin desatender las obligaciones del hogar, y cuando era necesario, llevando trabajo nocturno a la casa, a lo cual los hijos contribuíamos, hasta que abatidos por la fatiga se retiraban a descansar para comenzar al día siguiente una nueva jornada. Ambos salían a las 7:30 de la mañana caminando las pocas cuadras que separaban la casa del negocio, regresaban a la hora del almuerzo, para estar de vuelta a las dos de la tarde al frente de sus obligaciones, dando ejemplo de consagración, por lo cual eran admirados por amigos y vecinos.

La familia se levantó con dignidad, valores y aprecio por las cosas. Hoy recuerdo cómo mamá nos insistía en ahorrar, cuidar, y valernos por nuestros propios medios. Las alegrías nos las proporcionaban las cosas más sencillas. Siempre que requería algo, mamá no dudaba en decirme: tome, compre su ropa, inscríbase en el Colegio, vaya donde el dentista, sea responsable en sus estudios, y en vacaciones haga las cobranzas de la Tipografía, para que se gane unos bolívares. Así nos inculcó independencia e iniciativa, aunque siempre estaba pendiente de nuestra conducta y deberes, en una sociedad tan conservadora como era la barquisimetana de la época.  

Mamá fue una mujer devota, en especial de San Antonio de Padua, al que nunca dejó de rezar periódicamente la novena de los “trece martes”, aunque estuviera exhausta de cansancio. El Santo le retribuyó con bendiciones y favores. Todavía hoy, los hijos sentimos que la numerología de los 13 tiene una especial significación, para bien o para mal. En lo personal, San Antonio me acompaña en mi mesa de noche, y he peregrinado más de una vez al templo del milagroso Santo en Padua, Italia.

En momentos difíciles, cuando los cinco hijos estudiábamos, y mi hermana América lo hacía en Estados Unidos, papá llegó a plantear agobiado que ella debía regresar a Venezuela, ante lo cual  la respuesta de mamá fue terminante: aquí, ni un paso atrás, aunque haya que trabajar jornadas más largas. Así nos levantaron, con esfuerzo y grandeza generosa,  que los hijos tratamos de retribuir en vida con gratitud y afecto. Quizás les faltó disfrutar más de la vida, pero no había espacio para el ocio. La bondad de ambos era proverbial. Por la casa paterna y solariega de la Carrera 18 desfilaban menesterosos, parientes y gente sencilla de la ciudad y de pueblos apartados de Lara, y a nadie se negaba solidaridad y apoyo. Literalmente compartían el pan con los más necesitados, como muestra inequívoca de los verdaderos valores cristianos.

Rindo hoy homenaje a la memoria imborrable de esa madre que está en el cielo, pues hizo el bien en la tierra, y se preparó para entregar su alma a Dios, un 16 de febrero de 1990, a la edad de 76 años. Papá viajó a su encuentro año y medio después. Le sobreviven sus cinco hijos, 16 nietos, entre ellos mi amado hijo Gustavo Adolfo, y 23 biznietos, quienes la recordarán hoy como su amorosa Mamá Elena.

Madre: descansa en paz e intercede incesantemente ante Dios por tus seres queridos y por nuestra sufrida patria, hasta que nos reencontremos un día en la vida trascendente.


"Para la verdad, el tiempo; para la justicia Dios"

jueves, 8 de agosto de 2013

DOLOR DE PATRIA


El título escogido para estas reflexiones, después de meses de silencio en el Blog, refleja el estado de ánimo que me embarga, al igual que a tantos compatriotas. Mi último escrito fue en la Navidad de 2012, transcurridos ya los procesos electorales de octubre y diciembre, en los cuales se consumaron múltiples irregularidades, abuso de poder e intimidaciones, sobre cuyas bases el régimen chavista se aferra al poder sin miramientos.

Es mucha el agua que ha corrido debajo del puente en lo que va del 2013. A la muerte de Chávez, Maduro, sucesor por gracia de su testamento político y de la voluntad de los hermanos Castro, se impuso en los comicios del 14 de abril, no solo con manipulaciones y la complicidad del CNE, sino con un abierto ventajismo en el manejo de los recursos públicos y el peso del aparato del Estado. La impugnación interpuesta por Henrique Capriles fue desestimada por un Tribunal Supremo de Justicia abyecto al oficialismo, evidenciando ante el mundo y Unasur, entidad que fue engañada, que en Venezuela no existen ni resquicios de equilibrio de poderes. A Capriles solo le queda ahora la opción de las instancias internacionales, pese a su dudosa independencia y viabilidad.

Muchos analistas han comentado el pobre balance de los primeros 100 días de gobierno de Maduro. Pocas palabras bastan: más restricciones a la libertad de información y toma de medios, entre ellos Globovision, dejando un gran vacío de opinión; el endiosamiento del caudillo fallecido para construir un mito imprescindible para afianzarse en el poder y ocultar las limitaciones del “hijo de Chávez”; el inocultable fracaso económico, legado del difunto, quien dejó en manos de Maduro una bomba de tiempo, ahora agravada por la incapacidad del régimen. Así, la inflación superará en 2013 el 40% (60% para alimentos); el desabastecimiento bate records históricos (20%), con paliativos a través de irracionales niveles de importación que favorecen a países “aliados” y a círculos de corrupción; la saturación de la capacidad de endeudamiento público; las propiedades en manos del Estado causan cuantiosas pérdidas fiscales, al igual que absurdos subsidios a combustibles, alimentos y servicios, en tanto que la política cambiaria constituye el cuello de botella que castiga al sector productivo y afecta la calidad de vida de los venezolanos.

Las frenéticas expropiaciones impulsadas por Chávez han hecho más vulnerable al país por la dependencia de las importaciones, con lo cual se genera empleo en otros países, no en Venezuela, y se desvían divisas que contribuirían al desarrollo nacional, sin contar las generosas dádivas que se otorgan con fines de proselitismo político al nivel nacional e internacional, contrastando con el pésimo estado de la infraestructura, la ausencia de obras públicas, y el deterioro de escuelas, hospitales y de la seguridad ciudadana.

Se anuncia un Plan Patria Segura contra la inseguridad, pero ocurren 70 asesinatos diarios, pues se armó al pueblo, a “malandros”, a bandas de motorizados, y se estimuló desde el propio gobierno una injustificable impunidad, caos carcelario y anarquización. Se anuncia además lucha contra la corrupción, pero apenas se investiga a pocos e insignificantes chivos expiatorios. Es sabido que en Venezuela no se mueve una hoja sin que medien “mordidas” y jugosas comisiones. ¿Hay dinero en las calles y nuevos ricos?: desde luego. Los “boliburgueses” y funcionarios públicos atesoran fortunas que se trasladan a cuentas en el secretísimo sistema financiero cubano-chino, o algunos más audaces, en el de occidente. El nepotismo continúa, con la boda entre el Presidente y la Procuradora, un hecho institucional sin precedentes. Además del daño al patrimonio, se manejan billones de dólares a través de fondos discrecionales, sin rendición de cuentas ni control político. Como dirigente gremial que fui, distingo también en el sector privado entre empresarios con principios, valores, arraigo y responsabilidad social, y negociantes, que abrevan en las fuentes del gobierno, compartiendo la riqueza con altos funcionarios del régimen.

De otra parte, irrita las fibras de la nacionalidad ver al país cubanizado, alienado en su soberanía a cambio de apoyos políticos y estratégicos necesarios para afianzar al régimen e irradiar la ideología castro comunista. Un gobierno que se entrega sin rubor a otra nación cediendo manejo estratégico, y que es controlado por fuerzas invasoras, no puede declararse independiente. El caso venezolano es pues único en la historia universal: el país fuerte financia al más débil para que lo domine, entregándole en aras de apoyo y un proyecto ideológico, los más sagrados valores de la nacionalidad. El espectáculo del pasado 26 de julio en Cuba, de Maduro rodeado del alto mando militar rindiendo pleitesía a los hermanos Castro y a la revolución de ese país es lesivo, como lo es el papel del siniestro G-2 cubano en los cuerpos de seguridad e inteligencia del Estado venezolano y en la Fuerza Armada.

Leía hace pocos días un escrito del actor Miguel Ángel Landa que me conmovió, en el cual relata su desconcierto ante una Venezuela destruida y arrebatada. Dice Landa:

“No tengo idea en donde estoy ni para donde voy. Las que fueron mis referencias para ubicarme en Venezuela han desaparecido. Es como volar en la niebla sin radio y sin instrumentos. Nací y crecí en Caracas pero ya no soy caraqueño: no me encuentro a mí mismo en este lugar convertido hoy en relleno sanitario y manicomio, poblado por sujetos extraños, impredecibles, sin taxonomía. A lo largo de mi vida recorrí casi todo el país, lo sentí, lo incorporé a mi ser, me hice parte de él. Hoy no lo reconozco, no lo encuentro.

El extranjero soy yo. Ocho generaciones de antepasados venezolanos no me ayudan a sentirme en casa. Nos cambiaron la comida, los olores de nuestra tierra, los recuerdos, los sonidos, las costumbres sociales, los nombres de las cosas, los horarios, nuestras palabras, nuestras caras y expresiones, nuestros chistes, nuestra forma de vivir el amor, los negocios, la parranda, o la amistad. Forzosamente nuestro cerebro y nuestro metabolismo se fueron al carajo, ese ignoto lugar carente de coordenadas. Hoy somos zombis, ajenos a todo, letras sin libros, biografías de nadie. Nos quedamos sin identidad y sin pertenencia. Una forma muy ocurrente de expatriarte: en lugar de botarte a ti del país, botaron al país y te dejaron a ti. Hoy Venezuela agoniza en algún exilio, pero no en un exilio geográfico. No, Venezuela se extingue aceleradamente en un exilio de antimateria, sin tiempo ni espacio. Cualquiera sea el intersticio cuántico en donde se desvanece Venezuela, no podremos llegar a él. El país desapareció de la memoria de las cosas universales; no existen unidades o instrumentos capaces de medir su extraña ausencia. No hay un cadáver que sepultar, ni sombra, huella, o testamento que atestigüen una muerte. Todo se perdió en un críptico agujero negro”.

Qué desgarradores sentimientos, comunes a muchos que sienten el predominio del poder por el poder, de una ideología foránea, de poderosos intereses internacionales y de antivalores, por encima de los principios que deberían inspirar a gobernantes con visión de estadistas, cuyo deber es aglutinar y construir, en lugar de fracturar y destruir. 

El desdén hacia la legalidad se acentúa, junto al abuso infinito de poder y la tendencia a confundir el patrimonio público con el personal (véase el reciente relato sobre la familia Chávez haciendo uso de la residencia presidencial de La Casona, patrimonio de la nación, con costos para el Estado). No habrá en el país salida electoral mientras prevalezca el afán oficialista de jugársela con todo, aún con fraudes, para perpetuarse en el poder. Pero es también triste la resignación de muchos venezolanos frente al estado de cosas imperante, con unos márgenes de indiferencia que acentúan el dolor de patria.

En el extranjero se nos pregunta si Venezuela es un país de atavismos dictatoriales y de frágiles valores institucionales, y si la bota militarista y la represión son la constante, y por excepción, breves períodos democráticos. Me niego a aceptarlo. Albergo la fe en que más temprano que tarde, los venezolanos harán frente mediante resistencia no violenta a una dictadura incapaz, que no respeta los derechos fundamentales (ni siquiera el de los exiliados a disponer de documentos de identidad), como tampoco el derecho a la legítima defensa y al debido proceso, ejemplo de lo cual son los casos emblemáticos de la juez Afiuni, de Peña Esclusa, Álvarez Paz, Simmonovis y del propio General Baduel, víctima del monstruo que contribuyó a crear, así como de tantos valientes luchadores estudiantiles que han experimentado una brutal represión por defender la libertad de los presos políticos o la autonomía universitaria, a la cual se busca doblegar mediante la asfixia presupuestaria. Dolor de patria no debe significar claudicación. Los venezolanos tenemos el derecho inalienable de defender la libertad, la democracia, la tolerancia, el pluralismo ideológico, la institucionalidad, el derecho al desarrollo, a vivir en una patria que es de todos, y a una política internacional que interprete los intereses nacionales, para lo cual debemos mantenernos activos en la lucha no violenta por el futuro mejor que merece nuestra sufrida patria. Aunque el régimen declina en encuestas ante la demostración fehaciente de su incapacidad, el pueblo tiene la última palabra.



"Para la verdad, el tiempo; para la justicia Dios"