sábado, 27 de octubre de 2012

EL GUAYABO ELECTORAL


No ha sido fácil para los venezolanos reponerse del “guayabo” que nos dejó el proceso electoral del 7 de octubre. Esperé varias semanas para escribir de nuevo, pues yo mismo, que he vivido duras experiencias pasadas, y que por tanto no me ilusiono fácilmente, me contagié como millones de compatriotas, de la esperanza que generó la fulgurante campaña de Henrique Capriles Radonski, vigorosa expresión de la generación de relevo, quien ofreció reencauzar a la sufrida Venezuela por el extraviado camino de la paz, el progreso, la libertad, la honestidad y la inclusión, con lo cual logró sin duda conectar, bajo una visión futurista, con más de la mitad de los venezolanos.

En reflexiones pasadas recogidas en este Blog, insistí en las asimetrías, la iniquidad y ventajismo de un sistema electoral al servicio de un régimen aferrado al poder a cualquier costo, y en lo difícil que resultaba vencerlo, pues no se trataba de un proceso electoral limpio, ni de la sucesión de un gobierno normal a otro, sino de la sustitución de una dictadura por una opción realmente democrática. Pese a todo, el candidato de la unidad se empleó con gallardía en una batalla que él mismo calificó como la de David contra Goliat, pero esta vez no venció David sino Goliat, merced a la desproporción de recursos empleados por la poderosa maquinaria del Estado, incluyendo todo el fisco nacional, gobernaciones, alcaldías y empresas públicas, al servicio del candidato-presidente, quien además abusó de su hegemonía informativa, y movilizó en forma intimidante a la legión de empleados públicos, a la Fuerza Armada y a tantos ciudadanos subyugados por el asistencialismo, a sufragar por él. Chávez, con su nuevo triunfo, pasará a la historia con el triste record del déspota de mayor permanencia en el poder después de Juan Vicente Gómez.

Capriles fue así otra ilusión que se estrelló contra una maquinaria omnipotente, blindada en forma ilegítima, no obstante lo cual logró 6,5 millones de votos, ciertamente una proeza, pero en el fútbol se gana o se pierde por un gol. La derrota fue un duro golpe emocional para millones de compatriotas que anhelan vivamente un cambio, en aras de un futuro mejor para la patria, y para tantas familias disgregadas por el mundo, sea en búsqueda de oportunidades, o huyendo de la exclusión, la inseguridad y la anarquía que asuela al país. A pocos días del 7-O, muchos ciudadanos que aguardaban esa fecha para definir sus proyectos de vida, comienzan a acrecentar la lenta y dolorosa diáspora que profundiza la dispersión de la familia venezolana por el mundo, con el inconmensurable costo del desarraigo y la descapitalización del talento humano.

He vivido en carne propia lo que supone una oportunidad perdida, y me duele, como también la vivencia de héroes convertidos en villanos, a lo que somos dados los venezolanos. Así, Capriles, el líder, es tildado ahora como entreguista, por reconocer sin reservas el triunfo de Chávez. Es cierto que no fue una elección pulcra, ni entre demócratas, pero, ¿hubo acaso amenazas de violencia oficialista? No lo sabemos, excepto que Chávez no es un demócrata, y que ha utilizado el recurso electoral para perpetuarse en el poder, demoler el sistema desde adentro, y sustituir el modelo republicano por uno de inspiración castro-comunista del cual se ufana, y que anuncia profundizar. Fue además obvio que no solo estaba en juego el destino de la nación, sino el de fuertes intereses económicos, geopolíticos e ideológicos de dimensión universal. La izquierda internacional respaldó de lleno a Chávez, y un ejemplo fue Lula y el Foro Sao Paulo. No era pues imaginable que la sola voluntad de un pueblo que vibró en las concentraciones de la alternativa democrática serían suficientes para derrotar al gigante totalitario. No. El que escruta y maneja a discreción el tesoro nacional para comprar conciencias, gana. No fue un juego equitativo, pero así fue aceptado por las fuerzas reunidas en la MUD, coordinadas por el recto y culto dirigente político Ramón Guillermo Aveledo, quizás demasiado decente para enfrentar a un contendor sin valores ni principios.

¿Que faltó firmeza en denunciar y contrarrestar el ventajismo y la opacidad de las reglas del juego electorales? Sí. ¿Que la campaña no involucró más a los demás precandidatos de las primarias? También. Pero la mayor crítica de varios analistas fue el temprano reconocimiento de la derrota, sin comprobaciones, después de que los datos marcaban tendencias favorables. O que al menos se hubiesen dejado sentadas denuncias o solicitudes de investigación por el uso indebido de los recursos de todos los venezolanos, para el logro de sus perversos objetivos. También en el exterior causó perplejidad la reacción opositora, asumida bajo un silencio desconcertante.

Con todo, es impropio tratar de convertir a Capriles o a la MUD en villanos. El gobierno se frota las manos porque en las mismas toldas opositoras se cuestione al candidato y a los partidos. El oficialismo, empeñado ahora en ocupar los espacios restantes en las elecciones de gobernadores y alcaldes de diciembre y abril próximos, tratará de pulverizar al líder opositor, en el mismo trapiche en el que ha ido moliendo a tantos adversarios, desde quien esto escribe, protagonista de un complejo capítulo de la historia contemporánea destinado a llamar en 2002 a elecciones limpias e inmediatas para la relegitimación de los poderes públicos, ya en esa fecha conculcados, hasta los candidatos democráticos Rosales y Capriles, éste último escogido en comicios primarios, con excepción de la traición histórica que encarnó Francisco Arias Cárdenas, hoy convertido en uno de los más abyectos lacayos del gobierno, y aspirante a la gobernación del Estado Zulia. Pero también es impropio censurar a quienes desde visiones críticas, denuncian y sustentan un colosal fraude.

Hay pues razones para la decepción y la tristeza. Yo, como venezolano disidente, y como ser humano que vive diez largos años de exilio, no me excluyo de ese sentimiento, pues percibo que el país se hunde en el atraso, engañado o forzado a votar en contra de su futuro, y que pasarán años antes de que se retome una senda de paz, prosperidad y progreso. Pero no veo otra opción que impedir que el oficialismo termine de copar los espacios políticos como pretende, a la par de la necesidad de desplegar una firme batalla para que se modifique el viciado sistema electoral, y así garantizar el respeto al voto y la libre determinación del pueblo. En ello coincidirían las grandes mayorías, incluyendo a muchos chavistas, amparados en principios constitucionales pisoteados por un régimen corrupto e ineficiente, salvo en su empeño por aferrarse al poder y exportar su caduco modelo. La lucha, y la presión pacífica y democrática, hay que ejercerla sin temor. De lo contrario, la decepción degenerará en resignación o indignación, en esos 6,5 millones que votaron por un cambio, o en quienes acudieron a las urnas obligados o sobornados. Fraude no es solo el electrónico, sino el impúdico ventajismo que legitima a un régimen forajido. No hay otra opción que tratar de conquistar gobernaciones y alcaldías en las elecciones regionales, y librar una lucha sin cuartel por la defensa de la libertad y de los verdaderos valores democráticos. Con las actuales reglas del juego, el tirano y su entorno, jamás entregarán el poder. Que el “Bravo Pueblo”, lema de nuestro glorioso himno nacional, no degenere en palabras huecas, presas de la dictadura.


"Para la verdad, el tiempo; para la justicia Dios"